OPULENCIA Y MISERIA. LILLE, 2013
Un grupo de personas hace cola en una tienda de la ciudad de Lille, en Francia, para adquirir productos navideños, mientras una mujer, esquinada, borrosa, invisible y a su pesar, fastidiosa para muchos, mendiga unas migajas de la abundancia que la rodea.
La imagen no es más ni menos que una representación la propia historia del ser humano, la confirmación de esa frase del comediógrafo latino Plauto (254-184 a. C.) en su obra Asinaria, donde dice: "Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit" (Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro).
La historia humana es la historia del desconocimiento. Resulta innegable que a lo largo de miles, de millones de años, el género humano ha ido realizando, a través de mentes privilegiadas, innumerables descubrimientos acerca de sí mismo y de lo que le rodea que han contribuido a su desarrollo físico, mental científico y social en una medida probablemente inmensurable.
Sin embargo, en lo tocante a la dimensión más profunda de cualquier ser humano, su aspecto espiritual, y muy a pesar de los actuales medios de comunicación, que parecen poder transportarnos a cualquier parte del mundo para que contemplemos desde la más trágica catástrofe a la más loable heroicidad, hemos avanzado escasamente. Nos negamos a reconocernos en el prójimo, nos sustraemos a sus miserias sin pensar que muy bien podrían ser las nuestras o incluso, que lo fueron. No se trata de caer en el tan manido "buenismo" que conduce a determinados niveles de tolerancia en aspectos que revelan lo más oscuro de algunos ejemplares de la raza humana o en la permisión o incluso sacralización de actitudes que manifiestan una absoluta penuria ética. Se trata de ser capaces de acrecentar la empatía, la conciencia de pertenencia a un entramado en el que podría ser productivo, en bien de todos o al menos de la inmensa mayoría, pues nada es infalible, imitar la voluntad y perseverancia comunes de las hormigas. Martin Luther King dijo en una ocasión: “Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el arte de vivir juntos, como hermanos”.
Habitamos inmersos en la cultura del desequilibrio, fomentada desde lo alto de la pirámide social de la existencia como un estado de permanente y absoluta normalidad. Un desequilibrio que aquí se muestra, cruel y despreciable, gris y maniqueo en su latente bicromía, como un áspero fragmento de nostalgia.
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