ESCALERAS. PARÍS, 2009



En todas partes hay gente que sube escaleras, que baja escaleras, o simplemente que contempla escaleras. Este último rol fue el que me correspondió a mí en esta calle de París, y es probable que ello ocurriera después de subirlas. Contemplar esta escalera, con su gente subiendo o bajando, yendo y viniendo quién sabe desde qué origen o hacia qué destino. Simetrías y asimetrías combinadas para dar una imagen de la Ciudad Luz menos mítica quizá, más humana tal vez. 

La vida es, en sí misma, un continuum de auges y declives, tan estrechamente vinculados que existe, para agruparlos en un contexto común, el sustantivo "altibajos". La contemplación de esta escalera me brindó una excelente, en mi opinión, metáfora de la existencia. Hacerlo desde una posición elevada me proporcionó una suerte de momentáneo privilegio, como si me hubiese sido dado hacer de diosecillo inmortalizador en una reducida cosmogonía de geometrías aristadas.

Las ciudades, entre ellas París, no son solo los edificios, los monumentos y lo que sobre ellas se ha escrito para bien o para mal: son las personas que las pueblan, los modos de ser que mutan en costumbre y luego en norma, los ajetreos, las incertidumbres, las pasiones y los sosiegos de todos y cada uno de sus habitantes. Esos son los verdaderos protagonistas de la historia de cada lugar, al serlo, con mayor o menor voluntariedad, de sus propias historias. Nunca tendré ocasión de conocer nada que me hable en notas menores de los ocasionales protagonistas de esta escena, pero envueltos en su propia incertidumbre, me acompañarán siempre en este anguloso fragmento de nostalgia.

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