SIN RETORNO. FUNCHAL, 2011
Dos
personas caminan, tomadas de la mano, por una soleada calle de Funchal, en
la bella isla portuguesa de Madeira. Como tantos otros transeúntes
captados por mi objetivo, ignoran por completo su involuntario
protagonismo.
Al observarlos serenamente, percibiremos, no con los
sentidos habituales, sino con esos otros tan sutiles que ostenta el
corazón, que tienen que relatarnos numerosas historias: los cabellos
de ambos, cubiertos por la nevisca que solo el tiempo sabe depositar sobre
los seres humanos, hablan innegablemente de recuerdos particulares,
exclusivos, pero sin duda también de memorias y secretos comunes; sus
manos entrelazadas cuentan una historia de vívido amor mutuo, de
obstáculos rebasados hombro con hombro; sus posturas de caminantes,
levemente encorvadas ambas, nos hacen quizá vislumbrar una cierta fatiga
vital que no menoscaba en absoluto la dignidad de sus figuras. El suelo
áspero que van dejando atrás semeja un rastro de sueños olvidados y de
olvidos soñados. Sus rostros invisibles, ignotos para siempre, nos invitan
a compartir su remota cotidianidad, su ineludible semejanza con cualquiera
de nosotros y ponen un broche de perplejidad a este perentorio fragmento
de nostalgia.
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