TRANSEÚNTES. ROMA, 2012


El gran autor argentino Jorge Luis Borges señala, en uno de sus memorables versos, que "La lluvia es una cosa / que sin duda sucede en el pasado". Esta imagen parece confirmar tan lírico axioma. Esas casas, esos transeúntes, esa lluvia que se entretuvo en pintar reflejos sobre el asfalto del hermoso barrio romano de Trastevere, viven permanentemente en un pasado bicolor, aunque se asomen al presente, al volver a revisarlas, como un cuestionario de perplejidades.

En ocasiones me parece acertar a detener el bullicioso contenido de mis pensamientos, no sin ímprobos esfuerzos. Cuando esto acontece, de una manera milagrosa mi mente florece en forma de verso o de imagen fotográfica contenedores de cierto lirismo, aunque en el fondo todo queda en un denodado impulso por escamotear el velo a Isis, por ahondar en lo inaccesible, por exponer el mayor de los arcanos a la ceguera de las pupilas y del espíritu.

Acaso fue esa la sensación que percibí aquella tarde de un lluvioso octubre en Roma. Personas andando trabajosamente bajo las gotas irrefrenables, ventanas semiabiertas en un intento de apropiarse de la luz tintada de gris, terrazas prácticamente vacías a la espera de alguna temeridad casi propia de un epicúreo que hiciera de la llovizna y la melancolía su estandarte y ocupara, como un pacífico invasor, una de las sillas bajo los parasoles reconvertidos a su pesar en triviales paraguas.

Y el rumor del Tíber, más imaginado que escuchado, y los cientos de historias agazapadas detrás de aquellas paredes húmedas, y el cielo amenazador, hospedando desolaciones, y finalmente una simple superficie rectangular sin sustancia y sin esencia, representada en dos tristes dimensiones y en dos tristes tonalidades, y el velo de Isis aún ante su rostro, y a fin de cuentas un retador fragmento de nostalgia...

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