SENTADO EN EL BANCO. DÜSSELDORF, 2011.



Lo que suele observarse a través del objetivo de una cámara no difiere en demasía, realmente, de lo que se ve al natural. No obstante, al encuadrar y sobre todo, al apretar el disparador, lo comprendido en la imagen queda separado definitivamente del decurso habitual del tiempo para convertirse en un espacio acotado, una especie de universo de dimensiones reducidas susceptible de ser interpretado por el ojo y el corazón de quien lo contempla. 

Un hombre solitario en un banco, no menos huraño, también contemplado con los ojos del corazón, suele ser motivo de cierta expectativa. Un público escaso o numeroso puede atribuirles, tanto al hombre como al banco, propiedades estéticas, condiciones entristecedoras, afanes libertarios o simplemente, motivos triviales para estar y ser en un momento espacio-temporal determinado.

En este parque de Frankfurt am Main, en Alemania, el hombre sentado en el banco, protagonista involuntario de la otoñal instantánea, se ve sometido a la silenciosa encuesta del espectador, que le confiere un nombre azaroso, le otorga un destino incierto o lo condena a una indiferencia absoluta, mientras él, en su otredad, desconoce que para algunos, ha consumado el prodigio de transmutarse en un otoñal fragmento de nostalgia.

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