SONATA TUNECINA. SIDI BOU SAID, 2008


En el pueblecito de Sidi Bou Said, en Túnez, predomina un color. Tratándose de un lugar bañado por el Mediterráneo e iluminado desde un cielo casi permanentemente despejado, no podría ser otro el tono preeminente. 

El azul, fielmente acompañado por el blanco impoluto de tantos muros, parece el decorado más apropiado para el bullicio de los visitantes, la alegría de los niños que juegan o la insistencia de los infaltables vendedores callejeros, perseverantes promotores de necesidades inexistentes para los turistas.

Sus calles, uniformemente adecentadas gracias a una ley aprobada en 1912, envuelven al transeúnte en una aleación de colores homogénea pero en ningún caso monótona. Esta combinación se refleja también en la cerámica típica de aquellos parajes. 

En uno de sus típicos puestos de venta, una cascada, como no, de azul y blanco deleita la mirada del foráneo y se extiende por suelos y paredes, engarzándose cromáticamente con el firmamento en un colorido fragmento de nostalgia.

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