NO TIRES LAS CARTAS DE AMOR. VIGO, 2001.


Joan Margarit afirmaba en su poema "No tires las cartas de amor":

"El ruido de ciudad en los cristales

acabará por ser tu única música,

y las cartas de amor que habrás guardado

serán tu última literatura".

Hoy se cumplen veinte años desde la fecha en que consentí unir esta vida terrenal mía, de una manera digamos "oficial", a la de otra persona. A la de Noelia, mi esposa, concretamente. No del modo que se percibe estar unido a aquellos seres que, desde que se nace, rodean y hacen más cómoda, con innegables cariño y esfuerzo, la vida del neonato, del niño, del adolescente y por qué no, del adulto, si ese adulto sabe apreciar con intenciones retributivas el amor del que ha sido objeto. No de ese modo. Mi consentimiento vino dado, entre otras presunciones, por un escaso pero aceptado conocimiento previo de esa persona, por un sentimiento de equilibrio entre sus propósitos y mis perplejidades, por una suerte de apetito de nuevos desafíos, por ese deslumbramiento que se experimenta al sentirse valioso para alguien casi desconocido, por... ¿quién sabe?

Dicho así suena un poco superficial, pero si nos acercamos un poco a las cortas o largas sombras de esas palabras, alumbradas de frente por el tiempo y por la vida, con un poco de pericia veremos que detrás de esas expresiones reside aquello que resulta difícil o incluso imposible de expresar. Porque... ¿qué lleva a dos personas a encaminar sus vidas por un mismo sendero? ¿Necesidad, intención, voluntad...? Palabras vacías, que recalan como barcos a la deriva en la rada de la incertidumbre.

Sin embargo, quedan las "cartas de amor" de las que hablaba Joan Margarit. Las pruebas palpables, legibles e imborrables de ese algo que está detrás de las palabras y que es realmente la razón inexpresable de que hoy se cumplan veinte años de nuestra pequeña gran historia en común.

En estos casos, las cartas de amor no tienen por qué estar hechas de papel y tinta, ni llevar versos intercalados, ni haber llegado en un sobre sellado, ni conservar el aroma inmarcesible de una flor seca y ajada. Los gestos, las vivencias, los lugares, las palabras nonatas, las ausencias, los vínculos, las tribulaciones, los triunfos y las derrotas compartidas, son párrafos de una carta larga o de muchas cartas escuetas cuyas líneas, más o menos bien caligrafiadas, apuntalan una vida en común merecedora, siquiera en petit comité, de ciertas modestas conmemoraciones.

En esta vaga reflexión de hoy, la carta es esta imagen, tomada en el Parque Castrelos, en octubre de 2001, durante nuestro primer viaje juntos dentro de este viaje que es la vida. En esas fechas, como dos tripulantes desconcertados, nos subimos a la misma nave para surcar aguas, cielos, sendas compartidas, conservando la esperanza de llegar juntos a una escala final en la que desembarcaremos quizá por separado, pero llevando cada uno esta misma bolsa de viaje que cargamos ayer y hoy, llena de nuestras últimas literaturas, llena de heterogéneos fragmentos de nostalgia.

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