JUNTO AL CANAL. AMBERES, 2013


Aprovechando la bonanza del clima de ese día, la gente se solaza sentada, charlando o paseando junto a uno de los canales que atraviesan la ciudad de Amberes. Un instante cotidiano irrepetible, pues jamás podrían volverse a juntar las mismas personas, los mismos elementos, la misma luz, y mucho menos disponerse del mismo modo que aquí se hallaban entremezclados. ¿Qué tempestades, qué pasos, que desaires llevaron a cada uno de estos desconocidos a juntarse en una suerte de comunión urbana cuya liturgia no obedece más que a la natural heterogeneidad de los incidentes de cada una de sus vidas?

Nunca he sabido ni sabré definir en qué consiste la tarea de un fotógrafo, de un pintor, de un escultor o de un escritor, por nombrar solo unas pocas de las artes que hacen de este mundo un lugar menos deplorable. Solo sé atisbar que su principal y única misión es contemplar. Contemplar para luego hacerse innúmeras preguntas y para, al cabo de todas ellas, no hallar invariablemente respuesta alguna.

Mas es en esa contemplación, ejercicio casi místico llevado a cabo muchas veces en medio del fragor de lo cotidiano, donde está justamente la clave. La no respuesta, el no desvelamiento, el no tránsito. La más absoluta perplejidad con un pincel, un bolígrafo, un cincel o una cámara como solos compañeros de itinerario. La quietud o no acción que la incertidumbre impone.

Quizá sea eso lo único que en realidad soy capaz de hacer, al margen de habilidades técnicas o estéticas: contemplar, para en el silencio de mis silencios, llenar espacios vacíos con fragmentos de varias o de una única nostalgia.

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