ESPECTROS DE CRISTAL. SANT JOAN DE TORÁN, 2020.
Algunos (o incluso muchos, y si me apuran, todos) de entre quienes observen esta foto podrían afirmar que se trata de una simple ventana, de un simple vaso, de una simple botella, de unas simples telarañas. Saben, quienes alguna vez han visitado este blog, que es muy poco, por no decir nada, lo que me motiva a hablar de mí mismo. Prefiero que los protagonistas de la escena y del texto, más o menos inspirado y más o menos apropiado, sean los elementos que aparecen en la imagen, por mucho que yo haya tenido el privilegio de encontrarlos, encuadrarlos y apretar el disparador.
Y si en este caso decidí, como si fuera un pequeño diosecillo en posesión de un cofre de recuerdos, que fueran estos simples objetos los que compusieran la instantánea, fue por mi irrefrenable manía de hacerme preguntas. Y seguramente por más razones que ahora no soy capaz de enumerar. Después de entrar subrepticiamente en una casa abandonada, de subir, temeroso, una escalera desvencijada y cubierta de inmundicias y encontrar en una habitación del piso de arriba una ventana que parecía ser el último recurso para recordarme que había otro mundo más luminoso afuera, pero cubierta de toda esa azarosa disposición estética, ¿qué menos podía hacer que empuñar mi cámara y detener el tiempo?
Como hago siempre para desesperación de quienes tienen la valentía de leerme o escucharme, no me faltaron razones para preguntarme quién habría vivido en aquella casa, quién o quiénes habrían bebido, en busca de la alegría o tal vez del olvido, en aquel viejo vaso, el contenido espirituoso de aquella vieja botella, quién habría mirado por aquella vieja ventana en busca de una luz de esperanza o de un sendero de abandono... Como si con ello escribiera los primeros renglones de una historia cuyos arcanos jamás tendría ocasión de desvelar, quise acreditar el instante por medio de este enmohecido fragmento de nostalgia.
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