NOSTALGIAS LIBRESCAS. SANTA CRUZ DE TENERIFE - LAS PALMAS DE GRAN CANARIA, 2007-2008.
Siempre que leo un fragmento, ya sea en prosa o en verso, de ese gran escritor que fue Mario Benedetti, me sobrevienen unas ganas incontenibles de escribir. Es como si sus palabras desencadenaran un estro que permanece prisionero en mazmorras de inoperancia la mayor parte del tiempo, convicto y confeso de flagrante improductividad, si no del todo lírica, sí al menos económica o prestigiadora.
Hoy, en los momentos previos a la redacción de este texto, estuve (me parece que haría mejor en escribir “estaba”, pero no me atrevo con estas desviaciones ahora) releyendo algunos de los relatos contenidos en su obra titulada “Buzón de tiempo”, cuya primera edición data del año 1999, mientras el autor residía en Madrid. Los había leído, con singular deleite, hace unos años, pero yo, y quizá me esté repitiendo al decir esto, encuentro un placer mayor en la relectura que en la lectura. Borges dijo: “Yo he tratado más de releer que de leer […]”, y yo ensayo hacer mía esa honesta intentona suya.
Benedetti, en su innegable, literario e inmejorablemente expresado culto a la nostalgia, y Borges, en su magistral descripción de los solemnes actos de la lectura y la relectura, me han sugerido, amén de la avidez por escribir que menciono al principio, una nostalgia particular: aquella que hace referencia a mi propia obra literaria publicada.
Entre los años 2007 y 2008 tuve la dicha de que una modesta editorial radicada en la isla de Tenerife apostara por mis versos. En un mundillo, el de la literatura, en el que cada día se apuesta menos por los autores desconocidos —salvo que estos depositen en las arcas de la empresa publicadora una considerable cantidad de dinero a fondo perdido para obtener al final el mismo producto, sin revisar ni corregir, sin esperanzas de proyección, que el autor habría obtenido si hubiese decidido recurrir a la imprenta de su barrio—, el hecho de gozar del privilegio de que alguien, sin exigirte desembolso monetario alguno, saque a la luz, en edición más que digna, las estrofas de alguien que nunca ha ganado un premio ni ha publicado antes es, en verdad, una prerrogativa que no admite calificativos, de tan placentera.
Después de esos impagables días en que tuve ante mí mis cuatro primeros poemarios publicados, casi como si tuviera a cuatro hijos de papel y tinta en mis brazos, muchos han sido los versos escritos, muchas las prosas trabajadas, muchas las agitaciones del alma y muchas las decepciones al contemplar, día a día, cómo los frutos de mi creatividad permanecen en un humilde y silencioso formato digital o, a lo sumo, han tomado el aspecto físico de una escueta encuadernación más práctica que agraciada que solo les sirve para ser leídos –en el mejor de los casos- por su progenitor o algún allegado de este.
Por eso hoy la imagen que ilustra esta entrada es la de mis cuatro vástagos, a modo de foto familiar, orillados como en la vida real, los cuatro que lograron nacer, los que con orgullo de padre tomo en mis manos de vez en cuando y acaricio con manos cálidas y contemplo con ojos piadosos, los cuatro que con tanta ilusión vinieron al mundo con el afán de recorrerlo de parte a parte para al final quedarse tan solo en los hospitalarios anaqueles de mi casa, espacios que siempre serán un entorno de crédito, nostalgia y reposo para ellos y en los que, por fortuna para su frustración, siempre están acompañados de más significativos literatos y de mejores literaturas. Menos mal que aún me queda volver a Borges en busca de una acaso arrogante, probablemente vana justificación de mi senda de escribano: “Cuando los escritores mueren se convierten en libros, que, después de todo, no es una encarnación tan mala”.
A la vida me remito.
He estado buscando tus libros en la plataforma de Amazon, pero no ha habido suerte, o quizá no he buscado bien. ¿Están disponibles? De ser así, me gustaría mucho que me pasaras algún enlace. Tengo unas ganas tremendas de descubrir tu poesía. La entrada, magnífica, como siempre.
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