GRAN VÍA. MADRID, DICIEMBRE DE 2021

 

Aprovisionado de incertidumbres novedosas –qué menos-, vuelvo a este foro de soledades y reencuentros, aunque reconozco que casi llegué a convencerme, durante mi más reciente incursión en él, de que acaso iba a tratarse de la última.

Mi ausencia no ha obedecido en exclusiva a razones anímicas, sino también a motivos físicos. Hemos pasado unos días en Madrid y alrededores, sometidos al rigor de unas temperaturas agobiantes, si bien descubriendo lugares nuevos y sensaciones diversas. Así y todo, no conozco la ciudad en la medida que se lo merece.

Del impasible frío ambiental y el poético gris escénico de diciembre pasado, agosto nos trasladó esta vez a una vehemencia atmosférica abrumadora, de valores barométricos cercanos a los 40º, y a una nitidez celeste digna de las más selectas ejecuciones pictóricas.

De la ciudad dijo Francisco Umbral: “Madrid es un género literario” Las grandes frases, las grandes definiciones, son para los grandes de las letras. Yo solo puedo decir que Madrid es una urbe, como el arte (y aquí me apropio de las palabras del filósofo Xavier Rubert de Ventós) "no para ser vista ni para ser comprendida, sino para ver, para comprender". Hay tanta historia en sus calles, tanta literariedad en sus rincones, tanto bullicio en sus silencios y tanta calma en sus desórdenes, que resulta, para un empedernido aspirante a poeta como yo, como una dama inalcanzable a la que dedicar versos y suspiros.

Sin embargo, si a Madrid se la puede amar y odiar a ratos o a andanadas, yo la odiaría con sincero afecto en verano, cuando las cigarras entonan su himno monótono y los perros buscan la sombra de la arboleda en el césped, y la amaría con callada vehemencia en otoño, cuando las hojas pueblan el suelo y las manos se albergan en los bolsillos.

Será entonces, cuando el sol juegue a agazaparse y asomarse tras un cielo apático, cuando las nubes maticen de melancolía las miradas y las ventanas, cuando Madrid se vuelva una gran vía de tránsito mecánico o instintivo para propios y foráneos, para beatos y malditos, para escribanos proclives y transeúntes estrictos, cuando yo más podré admirar y saborear Madrid.

Es entonces cuando más podría merecer Madrid mi adhesión incondicional, cuando más podría inculcar mis versos más urbanos y persuadir mis pasos más literarios a lo largo de sus calles transitadas y crudas a un tiempo, desdeñosas y acogedoras a partes iguales.


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