ORFEBRES DE MEDIA TARDE. LAS PALMAS DE GRAN CANARIA, 2015.
Retomo hoy este diario discontinuo con una frase del escritor británico Aldous Huxley, quien afirmó que "El recuerdo de todo hombre es su literatura privada". Yo juzgo, al menos a la luz de una primera aproximación superficial, que esa máxima encierra una vasta veracidad.
La mayoría de las personas alimentamos nuestro presente, ya sea para mantener la esperanza o para planificar trayectos, de expectativas numerosas de futuro; sin embargo, la verdadera, la menos transitoria nutrición de nuestro hoy reside en lo que ingerimos en forma de memorias.
La niñez es un banco cuasi inagotable de imágenes a evocar. Ya sea disfrazando las desagradables o ensalzando las memorables, mantenemos activa una lista de reminiscencias que nos ayudan a soportar mejor los tiempos de declive. Recolectamos asimismo instantes de la juventud, primeros amores, amistades que durante un tiempo parecieron indelebles, etc.
Lo que resulta indiscutible es que en esos recuerdos aparecen lugares, fragancias, sentimientos y sobre todo, personas. Algunas desaparecen antes que nosotros, muchas se alejan por otras sendas de la vida y otras, a pesar de los obstáculos y de las obligadas distancias, se mantienen de algún modo a nuestro lado, compartiendo a su modo intensidades que no todos aquellos que han transitado nuestra existencia han alcanzado a compartir.
Dos de esas personas que pueblan muchos de mis mejores recuerdos, y a las que he mencionado en otras entradas, son mi hermano, Orlando Cabrera, y mi primo, Manolo Moreno. Desde pequeños, hemos compartido andanzas, guiños, risas y preocupaciones, todo ello con los sanos altibajos que, si los corazones involucrados son sinceros, no hacen sino enriquecer las peripecias vividas.
En homenaje a esas vivencias comunes, dejo aquí esta imagen tomada en 2015 en nuestra visita a la exposición del programa televisivo "Cuarto Milenio". En los pasillos del Auditorio Alfredo Kraus, donde se desplegaba la muestra, revivimos juntos viejas incursiones, antiguas lecturas, diversiones compartidas y filiaciones varias en el universo de lo paranormal. En ese espacio visible en la foto se recreaba la estancia de la vivienda de la señora María Gómez, en el pueblo jiennense de Bélmez de la Moraleda, donde en el ya lejano año de 1971 se produjo un fenómeno inexplicable que consistió en la aparición en algunas paredes de la casa de rostros e imágenes de origen y gestación desconocida, rareza que tuvo gran repercusión en la época y mantiene una cierta vigencia en círculos, quizá reducidos, de adeptos a lo enigmático aún hoy.
Esta instantánea, técnicamente imperfecta, acendra su belleza al formar parte de esos tesoros de aprendizaje que nos impulsaron a ser lo que somos actualmente, con nuestras palmarias virtudes y nuestros respetables defectos, y por encima de todo, con el bagaje de haber compartido este y otros muchos fragmentos de nostalgia.
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