MUCHACHA CONTURBANTE. ATENAS, 2020.


Alguien que quizá jamás ocupará un lugar en la historia de las artes plásticas, alguien quizá movido por el deseo de amenizar con colores una zona urbana de Atenas, alguien con ínfulas de artista o sin otro propósito que embadurnar  una superficie plana. Cualquiera de estas frases puede ser la respuesta si nos dedicamos a vegetar preguntándonos quién se tomó la molestia de trazar esas líneas, quizá técnicamente burdas, y de rellenar con colores de dudosa armonía un espacio que le pareció tal vez el lienzo más apropiado para dar rienda suelta a su voluntad de reproducir la famosa pintura de Johannes Vermeer "La joven de la perla", también conocida como "Muchacha con turbante".

El cuadro origen de tan magno atropello imitativo fue pintado por el maestro holandés en 1665 y se encuentra expuesto al público en el museo Mauritshuis de La Haya (Países Bajos). Se lo considera como una de las obras maestras del pintor y aún hoy en día, los especialistas se quiebran las sinapsis tratando de averiguar no solo las vicisitudes técnicas de la obra, sino la identidad de la modelo que posó para Vermeer.

Por esos azares que nos depara el destino o por esos destinos que nos señala el azar, yo andaba por los alrededores de esta zona de Atenas en febrero de 2020, con la cámara a cuestas y sin nada más que hacer que buscar algo para inmortalizar. Me llamó la atención este reducido universo de contrastes constituido por un amago de réplica de una obra artística tan famosa y unas bolsas apiladas en completo desorden y acerca de cuyo contenido no quise en su día -ni pretendo ahora- saber.

Al igual que en mi vaga aproximación a una no menos vaga suerte de armonía al tomar y componer la imagen, percibí en el conjunto una recóndita intención de salvación de lo insalvable, de consagración de lo profano, de exaltación de lo humilde. Tuve la impresión de que alguien había acertado, acaso sin saberlo, sin pretenderlo, a redimir a una esquina indeterminada, carente de valor como cualquier esquina, muro o acera de esta o aquella ciudad imprecisa, todo ello a través de unas pinceladas furtivas y una policromía discordante que después de perpetradas tuvieron repercusión en mi fácilmente trastornable objetivo fotográfico.

Bolsas oscuras y colores brillantes; efímeros antes, amalgamados hoy en la cosmética de un sensor imprudente, para terminar siendo en la mirada un asimétrico fragmento de nostalgia.

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