ALBA GU BRATH (ESCOCIA POR SIEMPRE). GLASGOW, 2019.

Universidad de Glasgow


Hay lugares que gozan de una atmósfera que sería casi imposible describir a través del lenguaje. Cada ciudad y cada rincón de cada una de ellas, ya sea por historia, por estética o por cualquier otra razón, encierra unas peculiaridades que son irrepetibles, aunque cualquiera tenga la libertad de poder proclamar que siempre existirán similitudes. Sin embargo, desde mi modesto y discutible punto de vista, cada espacio tiene sus genuinas propiedades, y ello reside en la gente que lo transita, en el entorno, no solo arquitectónico o natural, en el cielo que lo cubre, e incluso, y esto es probablemente la clave, en cómo lo contempla en ese instante quien tiene la, digamos, efímera ocurrencia de pararse a contemplarlo.

En cada país que he visitado, sean muchos o pocos, he encontrado lugares particularmente llamativos, hermosos, cautivadores y, sobre todo, generadores de añoranza. Aparte de mi propio país, aparte de mi propia patria chica, he estado en dos lugares que me generan excelentes recuerdos y reiteradas memorias. Uno de ellos es Bélgica, y más concretamente Bruselas, una ciudad alegre y triste a partes iguales, con sus nubes, sus calles a veces demasiado sucias, sus despropósitos estructurales, su cosmopolitismo abnegado y su glacial hospitalidad. Otro, quizá el que más, Escocia, y más localmente, Glasgow.

En tan solo un mes de estancia, me sorprendió la amabilidad de sus gentes, la variedad de sus paisajes urbanos, la acogedora humedad de su lluvia incesante, la desconcertante aflicción de sus horizontes. Volvería allí sin dudarlo, volvería para permanecer, para volver a disfrutar de sus calles, sus trenes, su reprochable acento, su propuesta literaria, sus antagonismos deportivos... Volvería porque Glasgow fue, durante un mes, una extraña y cuidadosa madre hecha de agua y ladrillo, de viento y asfalto,  de fantasmagorías y esperanzas que traslucen en sus edificios, en sus patios, en sus parques y en sus gentes para dar la bienvenida y emplazar a cada visitante a regresar, dejando en su retina y en su corazón un rastro luminosamente gris a modo de acuoso fragmento de nostalgia.

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