TESTIMONIO. LAS PALMAS DE GRAN CANARIA, 2019
Hace algo más de un año, en compañía de mis dos mejores amigos, es decir, mi hermano, Orlando Cabrera, y mi primo, Manolo Moreno (Buenas noches, Manolo Moreno), decidimos dar un paseo por el lugar llamado Barranco Guiniguada, en nuestra ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Se trata de un antiquísimo barranco cuyo cauce está completamente seco desde hace muchísimo tiempo, y que solo escasos ancianos de más de 80 años de edad pueden recordar en sus tiempos de líquida abundancia, cuando en Gran Canaria aún llovía.
Sin embargo, y a pesar de su pasado torrencial, hay espacios en ese paraje en el que alguna vez se edificaron, un poco a la buena de Dios y en tiempos ya idos para siempre, viviendas; lugares que algún día fueron habitados, lugares con historia y con historias, lugares donde los acontecimientos personales se entreveraron con los ciclos de la naturaleza; lugares, en fin, donde existencias mas o menos afortunadas o desdichadas transcurrieron en pos de la ideal felicidad o siquiera de la mera supervivencia. Al pasar ante ellos, no sé si accidental o inevitablemente, no pude por menos que hacerme esas reiteradas y consabidas preguntas sin respuesta que me hierven debajo del cráneo siempre que visito entornos en el que la vida en minúsculas ha desaparecido para dejar paso a la Vida, la que sobrepasa y vulnera toda individualidad, todo afán humano y toda perspectiva social y dejándonos un testimonio tan entristecedor como irrefutable de lo efímero de nuestro humilde paso por la tierra.
Ante mi mirada destacó, sobre todo, esta casa (o conjunto de casas), en la que se apreciaban signos de rudimentarias y dispares reformas, ampliaciones, decrepitudes y lozanías, y en la que pudimos contemplar, sin asomo de duda, la inexorable huella del tiempo, ese juez del que somos reos y cuyo indulto no cabe esperar. El colorido de la naturaleza circundante, aparentemente arbitraria en sus exhibiciones cromáticas, y la luz primaveral de la tarde quisieron confabularse para convertir esta instantánea en un bellamente promiscuo fragmento de nostalgia.
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