LA MANO DE MI MADRE. LAS PALMAS DE GRAN CANARIA, 1966 Y 2020.


El motivo de esta entrada es considerablemente más  nostálgico que todos aquellos que la preceden. Mi madre, Soledad Vega Jiménez, partió hacia su descanso eterno el jueves 26 a las 00:00 horas. El tipo de nostalgia que representan estas dos instantáneas es por ello, de un modo notable, más penoso que los anteriores. No se trata de la nostalgia de un instante o un lugar que proporcionó un placer ya difuso a los sentidos, sino nostalgia de toda una vida junto a ella, a pesar de cualquier distancia física que la propia existencia, por sendas naturales, fue abriendo y traduciendo en ausencias que un día parecieron corrientes y hoy día han adoptado un cariz de inoportunidad y una pátina color sombra difícilmente tolerables. En la primera, teñida por la grisura de los años, aparezco yo, tomado de su mano, desconocedor de futuras ausencias y perplejidades; en la segunda es la mano de mi hermano, Orlando Cabrera, la que tiene el privilegio de atesorar la de mi madre en los instantes previos a su partida. Doy gracias al Cielo por ambos instantes y dejo estos versos dedicados a su vida y a su memoria. Dios te bendiga, mamá.




LA MANO DE MI MADRE

“Las manos que coronan los designios,
las manos vencedoras del Silencio...” (Evaristo Carriego)

“Puedes buscar las manos fértiles de los ancianos...” (Jorge Riechmann)

Eran senderos nuevos las baldosas
de las calles gastadas
en aquel tiempo gris.
Eran desfiladeros los pasillos
de la vieja vivienda de mi infancia.
Universos los patios, regiones las ventanas,
fortunas los juguetes
en aquel tiempo gris.

La mano de mi madre fue la brújula
que señalara nortes protectores,
el puente que salvara precipicios
y la nave que hendió con sutileza
mares y vendavales con inmutable rumbo.

La mano de mi madre, descuidada de ausencias,
sigue anidando en esta perplejidad de hoy;
maternal placidez de suavísimo cirio 
cuyo aroma redime sonrisas y atriciones,
cuya luz desenlaza promesas y quebrantos
sobre el ara de un tiempo no menos gris que aquel
en el que tanta vida no temía
la quietud del crepúsculo.


PABLO CABRERA, 29 DE MARZO DE 2020

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