RITUALES DE INVIERNO. LAS PALMAS, 2019.
Como cada año, me toca hoy devolver a sus embalajes más o menos originales los diversos adornos que suelo -complacido, todo hay que decirlo- distribuir por paredes, rincones y repisas de mi hogar cuando se acercan las fechas de Navidad.
Creo recordar haber mencionado el año pasado, o el anterior, que me resulta esa una tarea nada agradable. Las fiestas navideñas, ya sea por su significado más esotérico, ya por las vivencias y las personas que se reinstalan en la memoria en fechas señaladas, o por la pátina de añoranza con que cubrimos esos recuerdos, conforman una etapa del año que a mí, particularmente, me resulta entrañable, a pesar de que de antemano sé que, durante el tiempo que me queda por existir en este plano, se va a ir poblando de más ausencias que presencias, merced al implacable decurso de lo que llamamos tiempo desde nuestra parca capacidad de observación.
Una tarde del pasado diciembre, mientras cumplía además con un preciado ritual de la época junto a dos personas (y personajes) infaltables en cualquier estación vital mía, tuve ocasión de tomar esta fotografía, junto a la Plaza de Cairasco. Gentes completamente desconocidas para mí -esas gentes que suelen ser de paso mis modelos preferidos-, enfrascadas en sus vaivenes personales, pasean por las calles del Centro Histórico de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, ofreciéndose a mi veleidoso objetivo para componer una imagen cuya nocturnidad no deja entrever, salvo por la leve luz ornamental que aparece a la izquierda, de qué época del año se trata.
Desconozco qué motivos u obligaciones los impulsan, qué palabras o qué silencios se brindan, qué esperanzas o desolaciones carga cada uno de ellos. Probablemente los fulgores y las sombras que jalonan la escena sean similares siquiera en número a los que vetean sus espíritus y, por supuesto, el mío. Extraviados -aunque posiblemente creyendo estar bien anclados en sus particulares cosmogonías- en este universo que comparten, sin saberlo, conmigo, quedaron detenidos en un mínimo orbe rectangular para componer un pretenciosamente navideño fragmento de nostalgia.
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