LAS GRIETAS DEL TIEMPO. VILLEFRANCHE, 2008.

 
No hay excusa posible: tengo bastante abandonado este blog. Quise, deseé, mejor dicho, colocar algunas fotos relacionadas con la Navidad, pero no encontré ninguna que me pareciese digna de representar esa época del año tan entrañable -al menos para mí- no solo por lo que en ella se conmemora, sino por los recuerdos, las ausencias, las presencias nuevas, etc.

Han pasado ya esas fechas y se abre ante nosotros un nuevo año, desbordante de dudas, de esperanzas, de propósitos, de reformas... Tal y como se dice que el pasado es historia, no cabe duda de que el futuro es incertidumbre. Las fronteras parecen aún lejanas, las puertas están por abrirse, los proyectos necesitan apuntalarse y las tinieblas quieren desvanecerse. Equipados con sanas e inevitables dudas, muchos de nosotros entramos en el año nuevo pisando con cautela; otros, apoyando con decisión el pie sin temor a dejar huella.

En la apacible ciudad de Villefranche, en Francia, hallé este rincón que hoy me resulta representativo de este instante de transición, no menos convencional que inevitable, de un año a otro. Una ventana cuyo paisaje resulta ser otra ventana, en este caso entornada, que parece, de un modo especular, devolverle la misma perplejidad que la abierta le propone.

Las huellas del tiempo en las paredes, la geometría de las aberturas y eso que llamamos azar («...lo que llamamos azar es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad... », dirá el gran Jorge Luis Borges) se combinaron para ofrecerme estos elementos que hoy me complace exponer aquí como un vaporoso, tanto como el porvenir, fragmento de nostalgia.

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