LA ELOCUENCIA DEL SILENCIO. VARSOVIA, 2014.
Hay, además de las bicicletas y las ventanas, otros elementos que aparecen con inusitada frecuencia en mis fotos: los bancos. Son, a priori, convidados de piedra (en algunos casos, literalmente) en la disposición de los componentes de cualquier imagen. Quizá pueda parecer incluso que molestan en algunos encuadres, quebrando con su pétrea impavidez la airosa armonía inherente a árboles, plantas, cielos, aguas o incluso seres animados que comparecen ante el objetivo fotográfico.
Sin embargo, desde mi punto de vista como fotógrafo, tendente de un modo innato al lirismo, un banco es, podría decirse, una factoría de historias. No es capaz de pronunciar nada que resulte audible, pero a poco que dejemos volar la imaginación, el aire a su alrededor se llena de relatos, biografías, incidentes, anécdotas, sueños... Toda una biblioteca de páginas intangibles, desbordantes de desamores y reencuentros, apegos y discrepancias, ambiciones y lágrimas.
Siempre hay más preguntas que respuestas, casi no cabe discusión. Una foto es, sobre todo, una pregunta a secas, a veces una pesquisa atrevida, apenas un método pretenciosamente apodíctico de tratar de averiguar cómo separar, suave o bruscamente, los velos de aquello que nos rodea y que deseamos o necesitamos averiguar ya sea por diletantismo o por indigencia, ya sea por obstinación o por codicia. En palabras de Susan Sontag, "Fotografiar es apropiarse de lo fotografiado". Acaso eso pretendí aquella tarde en Varsovia cuando, provisto de mi vieja cámara y de mis tradicionales extrañezas, quise transformar este rincón de un bello parque a las afueras de la ciudad en un idílico fragmento de nostalgia.
Comentarios
Publicar un comentario