REMANSO DORADO. LISBOA, 2017.
Lisboa es una capital muy calurosa en verano. Sus numerosas y empinadas calles incitan a buscar, en medio de la canícula, un refugio donde proporcionar a cuerpo y mente, estética y felizmente invadidos por la belleza de la ciudad, un merecido reposo que faculte al viandante, ya sea nativo o foráneo, para continuar callejeando sin verse obligado a renunciar a tanto encanto por culpa de las bochornosas condiciones climáticas. El poeta Eugenio de Andrade (1923-2005) dedicó estos sublimes versos a la capital portuguesa: "Esta niebla sobre la ciudad, el río / las gaviotas de otros días, barcos, / gente apresurada o con el tiempo todo para perder, / esta niebla donde comienza la luz de Lisboa, / rosa y limón sobre el Tajo, esta luz de agua, / nada más quiero de peldaño en peldaño".
Cuando se está o se ha estado en un lugar tan hermoso, hay momentos en que no se quiere nada más. Luego, inevitablemente, uno regresa a sus lugares y quehaceres cotidianos, y aunque la capital lusa se anexione para siempre una parte considerable de la memoria del corazón, se hace necesario intentar, con toda la fuerza del alma, atenuar la atracción de aquellos recuerdos y aquellos versos y la natural nostalgia que despiertan. Quizá uno de los escasos métodos válidos para ello pueda ser cobijarse en las certeras palabras de otro poeta compatriota del anterior, Fernando Pessoa (1888-1935): "En ciertos momentos muy claros de la meditación, como aquellos en que, al principio de la tarde, vago observador por las calles, cada persona me trae una noticia, cada casa me ofrece una novedad, cada letrero contiene un aviso para mí". Palabras que, aunque escritas en, por y para Lisboa, podríamos, ampliando nuestra tal vez adormecida capacidad de expectación, acomodar al enclave, siquiera consabido, acaso monótono, cuyo asfalto fatigan cada día nuestros pasos, y de este modo favorecer la contemplación y asunción de la repudiada hermosura de lo cotidiano.
Sin embargo, este blog no hace excepciones, y esto me autoriza a volver a esa bella metrópoli, a situarme junto a la Sé, y a admirar una vez más este Quiosque Lisboa, verdadero oasis cívico que proyecta y brinda una saludable sensación de frescura, de hospitalidad, de pausa. Con su llamativo color amarelo, con su cubierta procurando una sombra fresca y afable, emergió como un repentino faro diurno en medio del sofocante tráfago callejero, seguramente con la secreta intención de permanecer en mi memoria como un acogedor fragmento de nostalgia.
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