LA MEDIDA DEL TIEMPO. LAS PALMAS DE GRAN CANARIA, 2017.
Las personas que tienen la deferencia de acercarse más de una vez a este blog, modesto escaparate donde suelo mostrar instantes de mis estancias y sensaciones en diferentes lugares, podrían deducir de mis recientes publicaciones, incluida esta, que quizá atravieso un estado de cierta melancolía o que adolezco de falta de inspiración. Sin embargo, no se trata de eso, ni mucho menos. En ocasiones, es tan necesaria u oportuna una reflexión íntima algo más profunda como pueda serlo una más o menos superficial exposición de imágenes o un ligero o minucioso análisis del entorno plasmado en una imagen fotográfica.
Con estas dos instantáneas pretendo regresar, siquiera de un modo frívolo, al problema del tiempo. Menciono de nuevo al maestro Borges, quien afirmaba que “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. De los particulares triforios de los lejanos tiempos de mi juventud he extraído estas dos imágenes. La primera muestra un reloj que fue propiedad de mi padre. Él también tuvo que cronometrar el tiempo, aunque mantengo la esperanza de que en su caso, no lo hiciera con esa turbadora sensación de perplejidad con que a veces me sorprendo a mi mismo tomando esas arbitrarias medidas. Ese instrumento no solo habla, en su decadente longevidad, de horas ya remotas, sino que trae a mi memoria el gozoso recuerdo de su propietario, quien tuvo hacia mí, entre otras muchas paternales deferencias, la de desvelarme el misterio de estos extraños signos que hoy día uso para comunicar mis presunciones y mis extrañezas.
También esta vieja cinta de cassette, objeto casi de culto para coleccionistas y nostálgicos, exhibe nombres simbólicos que retrotraen a un pasado que, casi siempre, parece desacreditar involuntariamente el presente; el propio nombre del grupo musical cuya obra permanece registrada en ella parece expresar con marcada exactitud una de las sensaciones que estos queridos objetos del pasado acarrean al regresar, una vez más, a la memoria.
Hoy, en fin, consagrado momentáneamente a la incertidumbre, no hablo de espacios geográficos ni arquitectónicos, sino de fértiles hallazgos exhumados en un modesto yacimiento de íntimos recuerdos y doméstica arqueología, hallazgos que, con todo merecimiento, ocupan destacadas vitrinas en mi particular colección de fragmentos de nostalgia.
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