TRÁNSITO. CASTELGANDOLFO, 2017
Esta imagen, tomada en un pueblo de Italia, podría haberse captado en cualquier lugar del mundo. Muestra las escasas pertenencias de alguien venido probablemente desde algún punto lejano y oprimido, alguien que solo ha encontrado acogida bajo los soportales de un templo. Toda su vida actual está ahí, en esos míseros enseres contenidos, apretujados en míseras valijas. Sus mejores recuerdos, alojados en lugar más noble: su corazón.
Atrás quedó su historia personal, las circunstancias que le conminaron a alejarse, tal vez desesperado por mejorar, de todo aquello que conoció y que curtió esos periodos críticos de su infancia y adolescencia. Mujer u hombre, joven o viejo... da lo mismo. El problema de la migración no está, como pontifican algunos, en la falta de infraestructura en los países de acogida, ni, como afirman otros, en los propios migrantes. El problema reside en la injusticia social, reflejada en la desigualdad de oportunidades, en el reparto parcial de la riqueza, en la tiranía del poder, en el engaño materialista de una vida mejor, colmada de objetos innecesarios y de luces engañosas. Reside en el afán del ser humano por encumbrarse sin tener en cuenta a sus semejantes, en el egoísmo exacerbado que nos conduce a mirar para otro lado en lugar de tender la mano, a competir en lugar de buscar el equilibrio.
Tres bultos miserables, testimonio o impostura de una existencia insignificante para muchos: los que miran desde fuera y los impíos titiriteros que viven del infortunio de otros. No hay, no puede haber belleza en esta imagen. Solo el triste claroscuro de un desolador fragmento de nostalgia.
Atrás quedó su historia personal, las circunstancias que le conminaron a alejarse, tal vez desesperado por mejorar, de todo aquello que conoció y que curtió esos periodos críticos de su infancia y adolescencia. Mujer u hombre, joven o viejo... da lo mismo. El problema de la migración no está, como pontifican algunos, en la falta de infraestructura en los países de acogida, ni, como afirman otros, en los propios migrantes. El problema reside en la injusticia social, reflejada en la desigualdad de oportunidades, en el reparto parcial de la riqueza, en la tiranía del poder, en el engaño materialista de una vida mejor, colmada de objetos innecesarios y de luces engañosas. Reside en el afán del ser humano por encumbrarse sin tener en cuenta a sus semejantes, en el egoísmo exacerbado que nos conduce a mirar para otro lado en lugar de tender la mano, a competir en lugar de buscar el equilibrio.
Tres bultos miserables, testimonio o impostura de una existencia insignificante para muchos: los que miran desde fuera y los impíos titiriteros que viven del infortunio de otros. No hay, no puede haber belleza en esta imagen. Solo el triste claroscuro de un desolador fragmento de nostalgia.
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