LA SOLEDAD DEL BOUQUINISTA. PARÍS, 2009.

Hay oficios que, si bien pueden resultar anacrónicos en los tiempos que vivimos, no por ello dejan de estar cubiertos aún (y ojalá para siempre) de una especie de pátina de romanticismo que los hace, si no quizá apetecibles de ejercer, sí muy dignos e incluso casi folletinescos. Podrían entrar en esta categoría la profesión de farero, la de espadero, la de herrero, etc. Profesiones que, al disminuir el uso de faros (al menos de los que necesitan la presencia constante de un ser humano), la utilización general de armas blancas y la necesidad de las caballerías, han caído en cierta decadencia, aunque sigan existiendo encaminadas a ciertos usos puntuales y/o gremiales.

Otra de esas profesiones es la de bouquiniste, desarrollada admirablemente en París por numerosas personas cuyas librerías al aire libre, repletas de ejemplares antiguos, láminas, facsímiles, etc., jalonan ambas riberas del Sena. En esta fotografía, uno de estos personajes tan propios de la Ciudad Luz se entrega a la tarea cotidiana de emplazar correctamente su mercancía, mientras dos jóvenes pasan ante él con absoluta indiferencia, quizá habituados a transitar la misma calle y ver lo mismo a diario. El profesional queda en la sombra: de espaldas a la cámara, no se aprecia su rostro, conminado al anonimato. En cambio, los transeúntes, con la petulancia propia de los años mozos, destacan al tibio sol de París, completamente ajenos a la presencia del librero, a su silenciosa celebridad y a su redundante quehacer.

A este modesto cazador de luces y sombras le cupo el honor de inmortalizar para deleite propio este instante y estos significativos sujetos y dejarlos que, con algo de tiempo e inmarcesible afección por la capital francesa, se convirtiesen en un prístino fragmento de nostalgia.

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