ASOMADO A LA VIDA. ROMA, 2017

Su peculiar arquitectura, los colores terrosos de sus fachadas y el trazado de sus calles hacen del barrio de Trastevere, en Roma, un espacio en el que callejear, ya sea mirando, haciendo fotos o simplemente contemplando el trasiego de la gente que lo transita, sea un auténtico placer; para aquellos que hacemos de la incertidumbre una actitud vital, se trata además de una aventura en la que cada rincón descubierto, cada recodo doblado y cada rostro contemplado incita a desvelar misterios personales o colectivos que van más allá de la mera curiosidad.

En mi caso, puedo confesar que en cada país, paraje, ciudad o pueblo en el que he tenido la dicha de estar, me he hecho, sobre los elementos que me concitan interés, preguntas similares: ¿Quién? ¿A dónde? ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? A pesar de no obtener respuestas explícitas, siempre he sentido que de algún modo, los objetos, los entornos y las personas, al menos aquellos que he podido retener con mi cámara, me han respondido con su presencia y, lo que es más importante, han mantenido intacta esa perplejidad a la que me enfrento cuando miro a mi alrededor.

En este encuadre, esta escalera que baja hacia una de las calles del barrio ofreció a mi vista un conjunto de elementos; la escalera en sí misma, con esas pintadas propias de los impresentables que pululan por todo el mundo y que, a su marcado y estúpido narcisismo, añaden un desprecio absoluto por lo que les rodea; una bicicleta que parece hablarnos de los gustos cromáticos de su propietario/a y de su presunta afición por el deporte; un dibujo de un cuadrúpedo alado que, si bien puede resultar gracioso en sí mismo, manifiesta el pésimo sentir de su autor hacia el edificio que lo alberga; una bandera de Italia, indicio quizá del sentimiento patriótico de su poseedor, y finalmente, la armonía de las fachadas en general. Aparecen asimismo algunos elementos que, tal vez molestos y ciertamente irrelevantes, resultaban en ese instante indisociables del conjunto, como las plantas y el techo del vehículo que asoman sobre la barandilla.

No obstante, lo que suscitó en definitiva mi interés por el conjunto fue el desconocido (para mí) que se deja ver, apaciblemente, en la ventana de la parte superior izquierda. Todas las interrogantes habituales se agolparon en mis labios; todas las respuestas se quedaron en la figura de ese hombre, ya viejo, asomado a la vida que lo rodea, quizá con un sentimiento de resignación, tal vez de extrañeza o acaso de triunfo, sabedor de que un día la muerte lo elevará sobre la despreciable cotidianidad de lo/s demás. La fortuna, el azar, Dios, el destino y quizá Roma quisieron que se quedase a vivir para siempre en esta imagen como un invicto fragmento de nostalgia.

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