PERMANENCIA. LAS PALMAS DE GRAN CANARIA, 2001.
“.. y no es verdad, dolor, yo te conozco,
tú eres nostalgia de la vida buena
y soledad de corazón sombrío… “ (Antonio Machado)
En esta definición del dolor, en este descarnado desenmascaramiento que el gran poeta sevillano hace de esa sensación a la que todos nos vemos sometidos alguna vez a lo largo de la vida, está también, de un modo tácito, un retrato de la nostalgia.
Nos duele lo que hemos perdido. Ese dolor representa la necesidad, que inevitablemente no se verá satisfecha, de recuperar algo o a alguien que llenó uno de los huecos de nuestro pasado, un familiar, un amor, un acontecimiento, una vivencia, etc. Aquel instante, aquella persona que se fue y que jamás regresará, salvo ataviado con los ropajes con los que la memoria, más falible con cada paso que damos en el tiempo, lo va invistiendo, es un blasón de la soledad de ahora. Dolor, nostalgia y soledad, palabras que parecen confluir en un plano que no por sensitivo es menos esotérico ni por intrínseco menos lacerante.
La muerte, en enero de 2013, de mi querido y añorado amigo, mentor y maestro Luis Natera Mayor fue inesperada, incalculable, insólita. Nos dejó sus versos y sus comentarios, su imagen y su gentileza de hombre bueno y de profesor en el más profundo sentido de la palabra. Yo, mal amanuense de mis propias dolencias, quise retribuirle su presencia en mi vida por medio de esos mismos instrumentos de la perplejidad que son las palabras. Y un día di a luz esta pequeña historia.
PERMANENCIA
La ciudad sigue aquí. Como si nada. Los coches abarrotan las aceras, los transeúntes hablan o tropiezan, o atraviesan en gris y duermevela las avenidas y las utopías.
La ciudad sigue aquí. Como si nunca. Las playas se reducen a soportar al viento, los bares, atestados de desgana, apestan a cristal y pleitesía. Los jóvenes aducen su imprudencia como en un juego lúbrico y bastardo. Los viejos se sacuden a nostalgias el silencio que excede los inviernos.
La ciudad sigue aquí. Como si siempre hubiese presentido cada ausencia, como si disfrutase de un ayer oficioso; pero yo sé que apenas acontece la tarde, la ciudad rememora tus versos y tus pasos, tu magisterio, tu benevolencia, y esa destreza tuya para emplazar a tantos a emborronar con lírica extrañeza hojas en blanco con sabor a vida.
Fue como si quisiera decirle que aún no acertaba a comprender tanta orfandad. La mía y la de los lugares que, seguramente sin cruzarnos, fatigaron nuestros pasos. La misma orfandad que convierte esta imagen, donde aparecen él y su esposa, Gloria Sastre, como invitados a mi boda, celebrada en octubre de 2001, en un, a pesar de cualquier luz, de cualquier color, gris fragmento de nostalgia.
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