HERMOSO TIEMPO GRIS. LAS PALMAS, 1969.


A veces la nostalgia es como una punción dolorosa. No se contenta con traer fragancias, presencias y músicas del tiempo ya ido, sino que se empeña en hacernos notar que, si no todo, gran parte del pasado fue mejor que el presente, y en convencernos de que será mejor que no nos obcequemos en creer que el porvenir ostenta algo más que ínfulas de prometedor.

He abusado de mi potestad en este blog incluyendo algunas viejas instantáneas familiares no ha muchas fechas, concretamente en diciembre, arguyendo la belleza de las memorias íntimas, sentando las bases de una añoranza no sé si insana o simplemente consubstancial a todos, o a mí especialmente en momentos de perplejidad. Hoy me parece absolutamente imprescindible incluir esta.

Con una cruda discreción que reflejó de algún modo las pautas de su existencia terrenal, el pasado viernes 21 de febrero nos dejó nuestra tía, Paula Vega, que aparece en esta gris viñeta intemporal junto a mis padres, a mi hermano y a mí. Fue una excelente persona, sencilla, afectuosa, alegre por naturaleza y triste por vocación, cuyas imperfecciones se identificaban, principalmente para su perjuicio, con sus debilidades naturalmente humanas, y jamás con una voluntad de agravio o menosprecio. Cuidó de mi hermano y de mí de pequeños con todo su corazón, y se interesó por todo y por todos sus seres queridos hasta el último día de su vida. Quizá es fácil el panegírico cuando alguien a quien quieres desaparece, pero también tal vez, cada palabra elogiosa que yo dedique a su recuerdo sea una de las formas de la misericordia y del amor.

Perdónenme quienes, ajenos a estas urdimbres sentimentales, tengan ocasión de posar su mirada sobre esta foto y este texto. Desconozco si quedará rastro siquiera de una brizna de todo ello después de mi partida, pero por ahora, por necesidad y por justicia, permítanme dejar en este espacio en el que vierto querencias y abandonos, este amargo y voluntariosamente catártico fragmento de nostalgia.

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