PARÁBOLA HIBERNAL. FRANKFURT, 2009.

 
De pequeño, y merced a una sabia mezcla de obstinación por mi parte y anuencia por la de mis padres, tuve ocasión de subir a un carrusel en un conocido parque de mi ciudad natal. Al cabo de pocos minutos, mi osada testarudez se convirtió en terror, desconcierto y renuncia ante tanta y tan reiterada rotación, obligando al santo varón que gobernaba el artilugio, con argumentos tan peregrinos, sonoros y convincentes como son el llanto y la gritería a que lo detuviera para arrancarme de tan agónico trance.

Todo quedó en nada, y los brazos de mi madre acogieron con generosidad mi cobardía. Muchos años después, en diciembre de 2009, en Frankfurt, se reavivaron imprevisiblemente aquellos pueriles impulsos, y unas irrefrenables ganas de subir a este que aparece en la foto, situado en las cercanías del Christkindlemarkt, se apoderaron de mi alma viajera. En esta ocasión, ya lejanos los tiempos de la infancia, las ancestrales turbaciones se transformaron en un genuino gozo, no por el hecho en sí de estar dando vueltas durante un lapso de tiempo quizá excesivo, sino por la dicha de compartir experiencia con mi esposa justamente en el primer mercadillo navideño que con tanta ilusión visitábamos.

Hay varias imágenes que acreditan nuestra presencia en la atracción, pero he preferido dejar por aquí esta instantánea, en la que la polícroma composición original queda reducida a los rigores del blanco y negro, volviéndose alegoría del decurso y la fugacidad del tiempo, metáfora de la existencia y compartido fragmento de nostalgia.

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