IL FAUT SAVOIR /HAY QUE SABER, PARÍS, 2009.



Me apetecía volver a este blog; seguir inscribiendo en él, como muescas en el muro tosco de una vieja y querida celda, fotos y textos nostálgicos e inquisitivos. Sin embargo, vuelvo y escribo hoy por razones de desolación. Una desolación muy peculiar, porque solo afecta a ese rincón del corazón donde mora el lirismo, o a ese anaquel de la cabeza donde malviven los recuerdos o, en última instancia, a un recodo del espíritu en el que se entrecruzan los hilos sutiles que unen, de una manera inexplicable, a ciertas personas de similar sensibilidad.

La muerte, ayer día 1 de octubre, de Charles Aznavour, ha logrado arrancarme unas lágrimas, o al menos un atisbo de ellas, que tal vez por un inexplicable pudor no acertaron a brotar del todo. Me suelo situar del lado de quienes afirman que la muerte es tan natural como la vida, que todos tenemos que partir, pero en este caso, reconozco que este eclipse me toca hondamente. Quizá porque advinieron hermosos recuerdos, quizá por la pérdida que su desaparición supone para ese fragmento de la poesía, como entidad, que me es dado atesorar, o tal vez porque me sentí inesperadamente abofeteado por la percepción de mi propia pequeñez como ser humano, de mi fragilidad, de mi finitud, de cómo el decurso del tiempo me va conduciendo, como a todos, al olvido.

Me queda, por el momento, el consuelo de seguir admirándolo, paladeando sus letras, de continuar escuchando su voz gracias, al menos, a la tecnología, que sobrevive, como un monstruo de entrañas metálicas, a toda muerte, a toda gloria y a toda indiferencia.

Ayer me sorprendí tarareando entre dientes algunos de los versos de su "Mon emouvant amour", mientras caminaba por una calle cualquiera de esta ciudad de Las Palmas. Hoy, como el viejo poeta francés afirmó en su prestigiosa "La Bohême", -pero en mi caso por culpa de su ausencia y de tantas otras-, confieso que "je ne reconnais plus / ni les murs ni les rues / qui ont vu ma jeunesse". Descanse en paz Charles Aznavour. Descansen en paz su voz y su inspiración, y quede esta imagen del famoso Olympia de París, donde debutó en 1953 y donde tantas veces saboreó las mieles efímeras del éxito, como un atribulado fragmento de nostalgia.


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