HAPPINESS IS A WARM GUN. LAS PALMAS DE GRAN CANARIA, 2018
Una canción compuesta por John Lennon y Paul McCartney afirmaba que "La felicidad es una pistola caliente". También la nostalgia lo es. Guarda con un arma recién disparada una afinidad sutil: algo con nombre, con sustancia, con rostro, escapa de un alma para convertirse en simple alusión, es imposible que vuelva, como la bala que ha partido, irrefrenable, en busca de su fatal objetivo. Una muerte, o al menos una herida, se produce. Una ausencia amenaza a ciertos testigos o, incluso, a quien ha apretado el gatillo. Queda un legado triste, un patrimonio amargo, un rédito sombrío que hace inevitable que la memoria se disponga a transitar escenarios del pasado en busca de esos indicios que ayuden, si no a resolver el crimen, sí al menos a disipar la penumbra que lo envuelve.
Esta imagen está tomada hace tan solo unas treinta y seis horas. Podríamos pensar que no cabe nostalgia de un día para otro, que todo está demasiado fresco en el recuerdo y en el corazón. Sin embargo, amén de que cada instante puede ser propicio para la añoranza, si miramos ese ventanal, si apreciamos algún detalle (una botella, alguien de espaldas, la tenuidad de la iluminación...) y si somos capaces de imaginar las intrincadas relaciones que unen al local con sus parroquianos y a estos con los géneros que allí se sirven, podemos elucubrar vestigios numerosos y evocaciones dispares, envueltas sin duda en nostalgias exteriorizadas o inconfesables.
Yo estaba allí por motivos estrictamente azarosos ("Lo que llamamos azar es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad...", Borges dixit), pero me llamó la atención esa dicotomía entre la rítmica disposición de la cristalera y la anárquica ebullición del interior del local. Mi vieja Nikon D40 no pudo resistir la tentación de convertir todo ello en un dual fragmento de nostalgia.
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