CAMINANTE. LAS PALMAS DE GRAN CANARIA, 2018

 
El decurso del tiempo nos vuelve quizá más sabios o quizá más necios. Más libres o más cautivos. Más desdichados o más felices. Depende, parcialmente, de las circunstancias externas, y en un alto porcentaje, del color del cristal a través del que nos habituemos a contemplar la vida, tanto la nuestra como la que nos rodea.

Aquellos que disfrazamos de curiosidad nuestra natural ignorancia, de obstinación nuestra constante perplejidad y de oportunismo nuestra inevitable timidez, logramos en ocasiones, cámara en mano y a trancas y barrancas, detener ese transcurso temporal en instantes a los que luego, por una suerte de revelación o epifanía, concedemos la dignidad de testimonio o aseveración.

En el Parque Juan Pablo II, en Las Palmas de Gran Canaria, un transeúnte cualquiera, símbolo de la vida, y un decorado ocasional lúdico y rígido, heterogéneo y geométrico, que podría semejar el rimero de circunstancias que jalonan la existencia, me inspiraron para tratar de captar este pretendidamente argumental fragmento de nostalgia.

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