NOBLEZA SIN TIEMPO. HUY, 2013.
A orillas del río Mosa, a su paso por la región de Valonia, en Bélgica, se halla la ciudad de Huy. Posee, a pesar de no tratarse de una de las grandes ciudades del país, varios atractivos turísticos y decora su casco antiguo una arquitectura no menos atractiva que la de las ciudades más destacadas del país llano, como acertada y emotivamente lo denominó el gran cantautor belga Jacques Brel en su sentido homenaje a su tierra natal.
Amén de esos atractivos de obligada visita (seguro que yo me perdí más de uno), un buen visitante debe esforzarse en no soslayar, en la medida de lo posible, esos otros rincones que no aparecen en folletos ni carteles vacacionales, pero que pueden suscitar, y lo hacen, en cualquiera que observe cierto interés por lo que podríamos llamar la "pequeña historia" de cada lugar, igual o mayor deleite que aquellos que oficialmente merecen la pena.
En Huy, en una calle muy poco transitada en aquel instante, cubierto de sombra vespertina y ocupando totalmente una pared de un antiguo edificio de dos plantas, estaba este cartel que promociona, además de un comercio del que no quedaban restos visibles, uno de los productos que forman parte de la pequeña y de la gran historia de ese hermoso país: el chocolate. La marca "De Beukelaer", originaria de Amberes, ha dado lugar a artículos alimenticios de gran difusión que se han proyectado hasta el presente sin perder calidad ni fama. Sin embargo, al margen del vetusto mensaje publicitario, cuya apariencia vintage lo reviste de una pátina innegable de respetabilidad y nostalgia, el conjunto de figuras y signos gráficos que componen el descolorido rótulo constituye, en mi opinión, una auténtica postal del pasado, un hito de una historia aun más peculiar quizá que la de la propia ciudad, una puerta de entrada a viejos tiempos que no conocimos y que, probablemente de una manera no menos ilusoria que romántica, algunos añoramos como si los hubiésemos vivido; por supuesto, para mí, fue también uno de tantos interrogantes de los que cosecho cada vez que pulso el disparador de mi vieja y viajera Nikon D40, y evidentemente, al recordar aquellas gozosas meriendas de tardes ya perdidas para siempre, continua siendo un reconfortante y dulce fragmento de nostalgia.
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