LAS CERTEZAS DEL PERRO. FRANKFURT, 2009.

 
Hay días en que me pregunto para qué hago fotografías. No soy un profesional, no vivo de ello, nadie me las encarga, y para colmo, a veces las selecciono, las subo a un blog, las muestro y aún así, sigo sin saber para qué las he hecho. Gary Winogrand, fotógrafo norteamericano (1928-1984), dijo: “Fotografío para ver cómo se ve el mundo en fotografía”. ¿Qué podría responder yo si alguien me interrogase sobre el porqué y el para qué de mis capturas? Sinceramente, no lo sé.

Si me siento delante de algunas de mis fotos, por lo menos de las que tengo en cierta arbitraria consideración, puedo intuir que las tomo con varias finalidades: una, puramente estética desde una perspectiva al uso: plasmar la armonía de las formas, el contraste entre luces y sombras, el equilibrio de los elementos compositivos que en ese momento descubrí, etc.

Otro de mis propósitos podría ser memorístico: retener en una imagen instantes que para mí, por el lugar en que fueron captados o por la sensación que me inspiraron, independientemente de la potencial disonancia de sus componentes, fueron significativos, lo que implicaría un afán o una necesidad impúdicos de melancolía inherentes a una personalidad introspectiva como la mía.

Un tercer pretexto podría ser filosófico: desvelar o, mejor dicho, intentar desvelar, por aproximación, por osadía, los enigmas de la existencia. Es en este planteamiento en el que me siento, a la vez, más fuerte y más falible. Más fuerte porque sé que mi intentona, aunque pueda considerarse de antemano condenada al fracaso, es sincera y es necesaria; más falible, porque las preguntas son arduas de formular y las respuestas, dolorosas de obtener.

En Frankfurt, en diciembre de 2009, en el instante representado por esta foto cuya grisura va más allá de lo puramente cromático, se conjugaron elementos que me hicieron dar un paso más en ese neblinoso corredor en que nos movemos, como escribió mi "yo" literario, "los que solo sabemos acuñar utopías". 

Quizá solo por y para coleccionar preguntas, acopiar dudas y atesorar perplejidades, quizá por eso hago fotografías, para tomarlas en mis manos y, jugando a ser válido interlocutor de Dios, convertirlas, todas y cada una, en nimio y vaporoso fragmento de nostalgia.

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