TRES HERALDOS. MALINAS, 2012
De los elementos que suelo captar con mi vieja Nikon D40, es muy probable que se repitan algunos, y además, lo reconozco, con sospechosa frecuencia. No puedo afirmar que lo haga con el afán de coleccionar reiteradamente imágenes de algunos objetos determinados. Simplemente, se trata de cosas, piezas, componentes, en los que hallo alguna especie de poética, y que me espetan suave o bruscamente su mensaje silencioso, su animación o su impasibilidad, su tristeza implícita o su latente regocijo. Hablo de puertas, ventanas y bicicletas.
Quizá porque las puertas invitan a ser traspasadas y a hallar, al menos en la imaginación, entusiasmos o consternaciones; tal vez porque las ventanas juegan a mostrar vocaciones o aversiones íntimas; acaso porque las bicicletas se aventuran a brindarse como adalides de la libertad o como promesas de regreso, unas y otras son algunos de esos entes mensajeros que hablan a mi cámara y, de un modo inefable, a mi alma.
En Malinas, Bélgica, se conjuntaron sabiamente para trastocar el momento, para suscitar vanas pero deleitosas pesquisas, para incitarme a usar ese triunvirato legítimo e intrínseco compuesto de mente, ojo y cámara, y conformar esta imagen de modo que acierte a permanecer como un lírico fragmento de nostalgia.
Quizá porque las puertas invitan a ser traspasadas y a hallar, al menos en la imaginación, entusiasmos o consternaciones; tal vez porque las ventanas juegan a mostrar vocaciones o aversiones íntimas; acaso porque las bicicletas se aventuran a brindarse como adalides de la libertad o como promesas de regreso, unas y otras son algunos de esos entes mensajeros que hablan a mi cámara y, de un modo inefable, a mi alma.
En Malinas, Bélgica, se conjuntaron sabiamente para trastocar el momento, para suscitar vanas pero deleitosas pesquisas, para incitarme a usar ese triunvirato legítimo e intrínseco compuesto de mente, ojo y cámara, y conformar esta imagen de modo que acierte a permanecer como un lírico fragmento de nostalgia.
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