HUELLAS. VARSOVIA, 2014

Hay imágenes que, si somos capaces de contemplarlas con tiempo y distancia, resultan ser diáfanas alegorías de un determinado momento de la existencia o, incluso, de su totalidad. Durante nuestro tránsito terrenal, daremos miles de pasos en distintas direcciones, pero al final de todo probablemente no habremos hecho otra cosa que andar hacia un norte genuino, en busca quizá de la verdad, acaso de la felicidad, posiblemente de la razón de vivir, tal vez de una escapatoria.

Decía Albert Schweitzer, teólogo y médico entre otras vocaciones, que "La única cosa importante en la vida son las huellas de amor que dejamos atrás cuando tenemos que dejar las cosas sin preguntar y decir adiós". Así quisiera yo que fuese mi trayecto vital: un andar dejando huellas de amor detrás de mis pasos, no para que un día mi memoria sea objeto de veneración o de panegírico, sino simplemente, para que a alguien pudiese servirle de inspiración y de sendero.

Por el momento, recrearé, con clara vocación poética, la vida en escenas como esta, tomada en un parque de Varsovia del que el otoño se había adueñado en esos primeros días de diciembre de 2014. El armónico desorden de las huellas de pasos y ruedas en el lodo semejan la heterogeneidad de nuestras pisadas a lo largo de los años, y el inapreciable final del camino sugiere la incertidumbre que nos aguarda tras cada recorrido. Los árboles escoltan con su austeridad, a modo de enjutos anfitriones, la senda a atravesar, haciendo sospechar al caminante que lo verdaderamente trascendental está más allá del sendero... Pecando de melancolía, retuve en mi cámara este simbólico fragmento de nostalgia.

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