LA DAMA EN EL TRANVÍA. LISBOA, 2017
Subí por una calle de Lisboa. En lo alto, la Sé, majestuosa, contemplaba el devenir de innumerables nativos y foráneos. El asfalto, ardiente debido a los 37 grados centígrados con que nos obsequiaba el mediodía, se deja allí atravesar por unas finas líneas metálicas por donde circula el tranvía. me dispuse a aguardar a que pasara alguno. En una visita de escasamente una mañana, tenía poco margen para escoger. Al fin, tras varios minutos de incertidumbre, pasó uno perteneciente a la Línea 12E, y, como buen turista, enfoqué y disparé. Quizá no iba a ser la mejor foto del mundo, pero había, al menos, congelado en el tiempo a uno de los clásicos de la capital portuguesa.
De regreso, con algo de serenidad, me detuve a mirar con más detalle todas y cada una de las fotos que había tomado durante mi breve recorrido lisboeta. Al examinar poco a poco la que había hecho al tranvía, reparé, en el centro del vehículo, en la presencia de una señora cuya figura se entremezclaba con las del resto de pasajeros, pero cuya circunspección me llamó poderosamente la atención. Me di cuenta de que yo no la había visto a ella en el momento del disparo de mi cámara y de que ella sí que me había visto a mí. Me había dedicado una mirada seria pero no hosca, un gesto grave pero no altanero, que probablemente duró un segundo, pero que se quedó para siempre en reposo gracias al descaro de la fotografía.
Yo no sabré jamás quién es, y ella ya me habrá olvidado por completo; sin embargo, esta anciana dama, involuntariamente, me otorgó el privilegio de conservar su inopinada presencia como un sobrio fragmento de nostalgia.
De regreso, con algo de serenidad, me detuve a mirar con más detalle todas y cada una de las fotos que había tomado durante mi breve recorrido lisboeta. Al examinar poco a poco la que había hecho al tranvía, reparé, en el centro del vehículo, en la presencia de una señora cuya figura se entremezclaba con las del resto de pasajeros, pero cuya circunspección me llamó poderosamente la atención. Me di cuenta de que yo no la había visto a ella en el momento del disparo de mi cámara y de que ella sí que me había visto a mí. Me había dedicado una mirada seria pero no hosca, un gesto grave pero no altanero, que probablemente duró un segundo, pero que se quedó para siempre en reposo gracias al descaro de la fotografía.
Yo no sabré jamás quién es, y ella ya me habrá olvidado por completo; sin embargo, esta anciana dama, involuntariamente, me otorgó el privilegio de conservar su inopinada presencia como un sobrio fragmento de nostalgia.
Me gusta mucho. A primera vista no se distingue a la señora, pero al fijarse sí. Aunque ella te haya olvidado tú la has retenido en esta imagen.
ResponderEliminarMuchas gracias. Bienvenido/a al blog. Me alegra que te guste y espero que sigas echando un vistazo al resto.
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