ÁUREA REBELDÍA. LILLE, 2013.
El otoño, tal y como mucha gente lo concibe, es aquí en Canarias un hecho discutible. Hoy, por ejemplo, día 6 de noviembre, hemos disfrutado (o sufrido, según se mire) una jornada relativamente fresca en Las Palmas, aunque este criterio se ve considerablemente constreñido por el hecho particular de que yo he pasado todo el día en casa y solo he salido para comprar unas minucias en un supermercado próximo.
Lo digo porque es habitual que me traslade en ocasiones a otras zonas de la ciudad y el cielo esté allí completamente despejado mientras por estos andurriales las nubes parecen competir para cernirse lo más agrisadamente posible sobre los sufridos transeúntes, quienes, equipados unos con chubasqueros y otros con camisetas de manga corta, tratan de averiguar calladamente y sin despertar recelos si han atinado o no con su atavío...
Sin embargo, en otros lugares, el otoño es otoño desde la primera letra hasta la última, e incluso pone cara de invierno si se le apetece. En esta escena, tomada en la ciudad francesa de Lille, en los primeros días de diciembre de 2013, las hojas amarillas en el suelo y en las ramas daban testimonio fidedigno y orgulloso de la estación que estaba a punto de terminar.
Creando una vistosa alfombra alrededor de su origen, e incluso osando traspasar, auxiliadas por el viento, las débiles fronteras del alcorque que albergaba a unas y a otro, hojas y ramas parecían complacerse en erigirse como adalides irrevocables de los penúltimos pasos de ese otoño que ya estaba casi entregando el testigo a su sucesor natural. El cartel comercial de "Liquidation" a la derecha de la imagen parece burlonamente premonitorio, dada la cercanía del solsticio de invierno. Por su parte, la dama que, sin despeinarse, escarnece impunemente a la hojarasca bajo sus suelas, asevera con su indumentaria la temperatura reinante y pone apresurado contrapunto al sosiego de los elementos del dorado tapete, quedando como acometedora coprotagonista de este álgido fragmento de nostalgia.
Lo digo porque es habitual que me traslade en ocasiones a otras zonas de la ciudad y el cielo esté allí completamente despejado mientras por estos andurriales las nubes parecen competir para cernirse lo más agrisadamente posible sobre los sufridos transeúntes, quienes, equipados unos con chubasqueros y otros con camisetas de manga corta, tratan de averiguar calladamente y sin despertar recelos si han atinado o no con su atavío...
Sin embargo, en otros lugares, el otoño es otoño desde la primera letra hasta la última, e incluso pone cara de invierno si se le apetece. En esta escena, tomada en la ciudad francesa de Lille, en los primeros días de diciembre de 2013, las hojas amarillas en el suelo y en las ramas daban testimonio fidedigno y orgulloso de la estación que estaba a punto de terminar.
Creando una vistosa alfombra alrededor de su origen, e incluso osando traspasar, auxiliadas por el viento, las débiles fronteras del alcorque que albergaba a unas y a otro, hojas y ramas parecían complacerse en erigirse como adalides irrevocables de los penúltimos pasos de ese otoño que ya estaba casi entregando el testigo a su sucesor natural. El cartel comercial de "Liquidation" a la derecha de la imagen parece burlonamente premonitorio, dada la cercanía del solsticio de invierno. Por su parte, la dama que, sin despeinarse, escarnece impunemente a la hojarasca bajo sus suelas, asevera con su indumentaria la temperatura reinante y pone apresurado contrapunto al sosiego de los elementos del dorado tapete, quedando como acometedora coprotagonista de este álgido fragmento de nostalgia.
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